Los manuscritos de Qumran
Un pastor beduino, en la orilla del mar Muerto, encuentra unas cuevas
en el tajo de un monte. Con el fin de ver si la cabra que buscaba se había
metido en aquellas cuevas, tira algunas piedras dentro. Las
piedras rompen unas ánforas. Al oír aquel ruido,
sube a la cueva y se encuentra unas tinajas con unos rollos de
pergamino escrito.
Ya que los pastores no entendían aquello que habían
encontrado, se dirigen a un anticuario para ver cuánto les
daba a cambio.
El anticuario no sabe si eso tiene valor o no, y entonces se entrevista
con Eleazar Sukenik, profesor de Arqueología en la
Universidad Hebrea de Jerusalén.
Este hombre se da cuenta de que aquello es interesante y va a
verlo.
Lo que había en aquella cueva de Qumran era una parte de
una biblioteca de un monasterio de esenios.
Los esenios eran una especie de monjes judíos antiguos.
Al parecer, durante la guerra del año 70, para salvar la
biblioteca introdujeron los rollos en ánforas y las
escondieron allí, donde permanecieron durante más
de dos mil años.
Los rollos eran los libros de entonces, que no tenían la
forma y encuadernación que tienen ahora. En aquel tiempo,
los libros eran unas tiras de papiro pegadas y enrolladas en un
cilindro.
Examinados, se vio que unos eran crónicas
de guerras; otros, las reglas del monasterio de esenios; otros,
fragmentos de la Biblia: del Pentateuco, de los Salmos, de los
Profetas, etc. Por ejemplo, el texto del profeta Isaías
está completo.
Estos textos coinciden perfectamente con los utilizados por los
hebreos y cristianos de hoy. Este fragmento se mandó a la
Universidad de Chicago para que lo analizasen al carbono-14, el
método para averiguar la antigüedad de la materia
orgánica.
Es una joya. Ha sido un gran descubrimiento. Esto es un gran paso
de la ciencia a favor de la fe. Nosotros teníamos en la
Biblia la profecía de Isaías. Nosotros creemos en
el profeta Isaías porque es un libro inspirado y sabemos
que es de fe.
Y ahora resulta que encontramos un libro que ha estado escondido
dos mil años en una cueva y sigue al pie de la letra la
profecía de Isaías.
Ha supuesto un apoyo magnífico de la ciencia arqueológica
en favor de nuestra fe.
El papiro 7Q5
En 1972, el padre José O'Callaghan, jesuita
español
papirólogo, profesor de la Universidad Gregoriana de
Roma y decano de la Facultad Bíblica del Pontificio Instituto
Bíblico de Roma y de la Facultad Teológica de Barcelona,
descifró unos fragmentos de papiros encontrados en la cueva
7 de Oumran (mar Muerto). Se lo identifica así 705. Se trata
del texto de San Marcos 6, 52 ss. En once cuevas aparecieron seiscientos
rollos de pergaminos. En estos manuscritos, que se descubrieron
en 1947, han aparecido textos del Éxodo, Isaías,
Jeremías, etc. De casi todos los libros del Antiguo Testamento.
El texto descifrado por el padre O'Callaghan es un fragmento
del Evangelio de san Marcos enviado a Jerusalén por la cristiandad
de Roma y que los esenios escondieron en esa cueva en ánforas,
una de las cuales tiene el nombre de Roma en hebreo. Probablemente,
esto ocurrió cuando la invasión de Palestina
por los romanos, antes de la ruina de Jerusalén del
año 70. En concreto, cuando se aproximaban las tropas de
Vespasiano en el año 68. Este descubrimiento ha sido considerado
como el más importante de este siglo sobre el Nuevo Testamento.
En 1991 se publicó una edición facsímil
con 1787 fotografías de estos manuscritos.
Esta interpretación del padre O'Callaghan
ha sido recientemente confirmada por el eminente profesor alemán
de la Universidad de Oxford Carsten Peter Thiede en la prestigiosa
revista internacional Biblica. Thiede
dice textualmente: «Conforme a las reglas del trabajo paleográfico
y de la crítica textual, resulta cierto que 705 es Marcos
6, 52 ss. » El 705 es el papiro de O'Callaghan. Thiede
ha publicado un estudio apoyando al padre O'Callaghan titulado ¿El
manuscrito más antiguo de los Evangelios? «Son
cada vez más los que aceptan esta identificación»,
ha dicho el padre Ignacio de la Potterie, S. J., como se ha
visto en el Simposio Internacional celebrado del 18 al 20 de octubre
de 1991 en Eichstat, donde apoyaron esta opinion los expertos
en papirología Hunger, de la Universidad de Viena,
y Riesenfeld, de la Universidad de Upsala (Suecia).
El texto 7Q5 ha sido estudiado en ordenador por Ibicus de Liverpool,
y se ha demostrado que esa combinación de letras, en la
Biblia, sólo se encuentra en Marcos 6, 52 ss., que es el
7Q5.
El paleógrafo inglés Roberts, de
la Universidad
de Oxford, primera autoridad mundial en paleografía
griega, antes de que se descifraran estos papiros, estudiando la
grafía, afirmó que eran anteriores al año
50 d. J.C., es decir, unos veinte años después de
la muerte de Jesús y diez años después que
Marcos escribiera su Evangelio. Sin duda es anterior al año
68, en que fueron selladas las cuevas de Qumran, con los papiros
dentro, antes de huir de las tropas de Vespasiano, que invadieron
aquel territorio en el año 68. Se trata, por lo tanto, del
manuscrito más cercano a Jesús de todos los conocidos.
«El descifrador de estos documentos ha manifestado
que ya no puede afirmarse que el Evangelio sea una elaboración
de la antigua comunidad cristiana, y que tuvo un período
más o menos prolongado de difusión oral antes de
ser escrito, sino que tenemos ya la comprobación de los
hechos a través de fuentes inmediatas.»
Este descubrimiento ha dado al traste con las
teorías de
Bultmann. La proximidad de este manuscrito al original echa
por tierra la hipótesis de Bultmann, según la cual
los Evangelios son una creación de la comunidad primitiva
que transfiguró «el Jesús de la Historía» en «el
Jesús de la fe». Este descubrimiento confirma científicamente
lo que la Iglesia ha enseñado durante diecinueve siglos:
la historicidad de los Evangelios.
La ofensiva contra la historicidad de los Evangelios
comenzó con
Friedrich Strauss en 1835. La renovó Ernest Renan en 1863.
Modernamente, Rudolf Bultmann afirma que «no podemos saber
nada sobre la vida de Jesús, pues los Evangelios son la
idealización de una leyenda de generaciones posteriores».
Si el 7Q5 es del año 5(l, esta idealización no es
posible en contemporáneos.
El célebre teólogo protestante Oscar
Cullmann,
seguidor un tiempo de Bultmann, reconoce que se separó de
Bultmann por la interpretación que éste hacía
de la Biblia. Para Bultmann «el único elemento histórico
de los Evangelios que quedaría a salvo es la cruz. El resto,
incluida la resurrección, sería un mero símbolo».
Uno de los seguidores de Bultmann ha dicho de este descubrimiento
del 705: «Habrá que echar al fuego siete toneladas
de erudición germánica. El lapso de tiempo que transcurre
entre los acontecimientos y la composición de los Evangelios
es tan breve que no permite la formación de un mito
contrario a la historia.»
Recientemente, el doctor Carsten Peter Thiede
ha publicado en la revista alemana Zeitschrift Für Papyrologie, especializada
en papírología, haber descubierto un papiro con un
fragmento del capítulo 26 del Evangelio de san Mateo,
escrito en el siglo I de nuestra era. Se trata del Magdalen
Cr. de Roma 17, por encontrarse en la Biblioteca del Magdalen
College de Oxford. Fue donado por el reverendo Charles B.
Huleat, antiguo alumno de este colegio, que había sido capellán
de la Iglesia Británica de Luxor, en Egipto. Se trata
de tres fragmentos de Mateo escritos en el año 70.
Autenticidad textual de los Evangelios, única
en la literatura universal
La importancia de este descubrimiento se puede aclarar con algunos
datos que lo ilustren.
Sin duda todo el mundo sabe quién es Aristóteles.
Aristóteles fue un filósofo griego. Sus libros de
filosofía todavía se estudian en nuestros días.
Sus reglas de los silogismos siguen siendo hoy la base de todo
razonamiento filosófico.
Pues el manuscrito más antiguo que conservamos
de Aristóteles es 1400 años posterior a Aristóteles
y, sin embargo, hoy seguimos estudiándolo.
Muchos han oído hablar de Menéndez Pidal, premio
March, historiador español de fama internacional. Menéndez
Pidal ha escrito una historia de España en grandes tomos.
Menéndez Pidal, una autoridad en historia,
cita en su Historia de España a Tácito, y se fía
de Tácito,
y hace unas afirmaciones basadas en Tácito, a pesar de que
el códice más cercano a Tácito que conservamos
es 1340 años posterior a Tácito. Otro dato. Mommsen
fue un catedrático de Historia Antigua en la Universidad
de Berlín, premio Nobel de Historia. Él decía
del historiador griego Polibio que «a él es a quien
deben las generaciones posteriores, incluso la nuestra, los mejores
documentos acerca de la marcha de la civilización romana».
Pues Mommsen, premio Nobel, catedrático
de Historia Antigua en la Universidad de Berlín, se fía
de Polibio, y resulta que el manuscrito más an tiguo que
tenemos de Polibio es 1067 años posterior a Polibio.
Recordemos que el espacio de tiempo desde Aristóteles a
sus manuscritos más antiguos es de 1400 años; de
Tácito a sus manuscritos, 1340 años; de Polibio a
sus manuscritos, 1067 años.
Pues de los Evangelios tenemos el papiro Bodmer
11, que se conserva en la Biblioteca de Cologny en Ginebra, que
contiene el Evangelio de san Juan íntegro, y es solamente
cien años posterior a san Juan!
En 1935 se descubre el papiro Rylands que hoy se conserva en Manchester,
que es ¡treinta y cinco años posterior a san Juan!
Y el 705 del padre O'Callaghan diez años posterior
a Marcos.
Cuando hombres de ciencia como un Menéndez
Pidal y un Mommsen se flan de documentos que son en más
de mil años
posteriores a los auto res de los Evangelios tenemos manuscritos
tan sólo unos treinta y cinco años posteriores a
su autor. El valor que esto tiene desde el punto de vista científico
es incalculable. Por eso Streeter, un crítico inglés,
dice que los Evangelios tienen la posición más privilegiada
que existe entre todas las obras de la literatura clásica.
No hay ningún libro de la literatura clásica
que tenga las garantías de historicidad de los Santos
Evangelios. De ningún autor clásico tenemos documentos
de tanto valor.
Pero hay más.
Vamos a hablar ahora -segundo paso- del estado de conservación.
Las obras completas más antiguas que conservamos
de todos los autores latinos son posteriores al siglo VIII. De
antes del siglo VIII no se conserva ninguna obra completa. Hay
fragmentos de Cicerón, de César, de Horacio,
de Virgilio, de Ovidio; pero íntegro no hay nada anterior
al siglo VIII.
En cambio tenemos 78 códices evangélicos completos
entre los siglos IV y VI.
Además, los Evangelios se citaban con tal
frecuencia que solamente teniendo en cuenta las citas que
existen en las obras de siete escritores de los siglos II al VII
-y nos estamos remontando al siglo II-, que son Justino, Ireneo,
Clemente, Orígenes,
Tertuliano, Hipólito y Eusebio, tenemos 26487 citas que
rehacen el Evangelio entero.
Lo que escribieron los evangelistas es
verdad
Dos reflexiones más sobre la veracidad de los Evangelios.
Veamos cómo no sólo lo que escribieron los evangelistas
es lo que hemos recibido, sino que lo que escribieron es la verdad.
No hay mayor garantía de veracidad que lo que dice un testigo
a otro testigo.
Si un señor escribe hoy la historia de
los fenicios
en Cádiz, podría decir alguna inexactitud: no hay
supervivientes de los fenicios para que con tradigan lo que hoy
queramos decir de ellos. Sería relativamente fácil
poner alguna inexactitud en la historia de los fenicios en Cádiz,
porque hace mucho tiempo que murieron todos.
Pero si alguien escribe en el diario de Cádiz la crónica
del partido del último domingo y cambia el resultado, todo
el mundo se dará cuenta.
Los Evangelios fueron escritos por testigos y para testigos.
Los cristianos de aquella generación, cuando
leían
el Evangelio veían retratado lo que ellos habían
visto, lo que ellos habían oído.
Si aquellos Evangelios no dijeran la verdad, habrían sido
rechazados como una mentira. Nadie habría querido guardar
un libro de historia que desfiguraba la verdad. Los habrían
rechazado, y no hay ni un solo documento que atestigüe
el rechazo.
¿Qué hicieron aquellos testigos
que habían
conocido a Cristo, que habían visto su vida, que habían
oído su predicación? ¿Qué hicieron
con los Evangelios? Guardaron los Evangelios como oro en paño.
Los copiaron a mano -entonces no había imprenta- y los transmitieron
de generación en generación con todo cariño,
porque allí estaba retratado lo que ellos habían
visto. Por eso conservamos este cúmulo de documentos
de los Evangelios.
Y las copias se han hecho con tal exactitud que es muy interesante
el estudio comparativo de todos los documentos que tenemos de los
Evangelios.
Resulta que están tan perfectamente copiados que de mil
partes, 999 son exactamente iguales, y sólo cambia el uno
por mil. Además, ninguna de esas variaciones son cosas fundamentales.
Son equivocaciones al copiar; poner una letra por otra, cambiar
el orden de las palabras, etcétera.
En fin, este capítulo pretende que tengamos una gran fe
en los Santos Evangelios. Una gran fe, porque nos consta su historicidad.
Por tanto, si hay alguien que no crea en el Evangelio, ése
no tiene derecho a creer en nada de la historia de aquel tiempo.
No puede creer ni en Alejandro Magno, ni en Ciro, ni en Darío,
ni en Artajerjes, ni en nadie.
Y si cree que ha habido un Alejandro
Magno, un Escipión
y un Aníbal, y cree porque lo dice la historia, habrá que
tener en cuenta que muchas más garantías de verdad
tienen los Santos Evangelios.
Tengamos mucha fe en el Santo Evangelio y creamos a pies juntillas
lo que dice, porque quien no cree en los Evangelios no tiene derecho
a creer ni en la Anábasis de Jenofonte, ni en la Guerra
de las Galias de Julio César, etc. Esos textos no se
prueban con la fuerza, con la exactitud y con las garantías
que tienen los Evangelios.
Jorge Loring, S. J. “Motivos
para creer”.
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