lunes, 4 de marzo de 2013

HISTORICIDAD DE LOS EVANGELIOS (1)



Eleazar Sukenik, profesor de Arqueología en la Universidad Hebrea de Jerusalén, recibió un día el aviso de un amigo suyo, anticuario armenio, que quería verle urgentemente.
Como vivían en Jerusalén en dos zonas militares distintas y no tenían pases, las entrevistas se realizaban a través de la alambrada de púas. El armenio le preguntó al judío si le interesaba lo que le estaba enseñando: un trozo de cuero con escritura en hebreo.
Veamos qué había en aquel escrito.
Los manuscritos de Qumran
Un pastor beduino, en la orilla del mar Muerto, encuentra unas cuevas en el tajo de un monte. Con el fin de ver si la cabra que buscaba se había metido en aquellas cuevas, tira algunas piedras dentro. Las piedras rompen unas ánforas. Al oír aquel ruido, sube a la cueva y se encuentra unas tinajas con unos rollos de pergamino escrito.
Ya que los pastores no entendían aquello que habían encontrado, se dirigen a un anticuario para ver cuánto les daba a cambio.
El anticuario no sabe si eso tiene valor o no, y entonces se entrevista con Eleazar Sukenik, pro­fesor de Arqueología en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Este hombre se da cuenta de que aquello es interesante y va a verlo.
Lo que había en aquella cueva de Qumran era una parte de una biblioteca de un monasterio de esenios.
Los esenios eran una especie de monjes judíos antiguos.
Al parecer, durante la guerra del año 70, para salvar la biblioteca introdujeron los rollos en án­foras y las escondieron allí, donde permanecieron durante más de dos mil años.
Los rollos eran los libros de entonces, que no tenían la forma y encuadernación que tienen aho­ra. En aquel tiempo, los libros eran unas tiras de papiro pegadas y enrolladas en un cilindro.
Examinados, se vio que unos eran crónicas de guerras; otros, las reglas del monasterio de esenios; otros, fragmentos de la Biblia: del Pentateuco, de los Salmos, de los Profetas, etc. Por ejemplo, el texto del profeta Isaías está completo. Estos textos coinciden perfectamente con los utilizados por los hebreos y cristianos de hoy. Este fragmento se mandó a la Universidad de Chicago para que lo analizasen al carbono-14, el método para averiguar la antigüedad de la materia orgánica.
Es una joya. Ha sido un gran descubrimiento. Esto es un gran paso de la ciencia a favor de la fe. Nosotros teníamos en la Biblia la profecía de Isaías. Nosotros creemos en el profeta Isaías por­que es un libro inspirado y sabemos que es de fe.
Y ahora resulta que encontramos un libro que ha estado escondido dos mil años en una cueva y sigue al pie de la letra la profecía de Isaías.
Ha supuesto un apoyo magnífico de la ciencia arqueológica en favor de nuestra fe.
El papiro 7Q5
En 1972, el padre José O'Callaghan, jesuita español papirólogo, profesor de la Universidad Gregoriana de Roma y decano de la Facultad Bíblica del Pontificio Instituto Bíblico de Roma y de la Facultad Teológica de Barcelona, descifró unos fragmentos de papiros encontrados en la cueva 7 de Oumran (mar Muerto). Se lo identifica así 705. Se trata del texto de San Marcos 6, 52 ss. En once cuevas aparecieron seiscientos rollos de pergaminos. En estos manuscritos, que se descubrieron en 1947, han aparecido textos del Éxodo, Isaías, Jeremías, etc. De casi todos los libros del Antiguo Testamento. El texto descifrado por el padre O'Callaghan es un fragmento del Evangelio de san Marcos enviado a Jerusalén por la cristiandad de Roma y que los esenios escondieron en esa cueva en ánforas, una de las cuales tiene el nombre de Roma en hebreo. Probablemente, esto ocurrió cuando la invasión de Palestina por los roma­nos, antes de la ruina de Jerusalén del año 70. En concreto, cuando se aproximaban las tropas de Vespasiano en el año 68. Este descubrimiento ha sido considerado como el más importante de este siglo sobre el Nuevo Testamento. En 1991 se publicó una edición facsímil con 1787 fotografías de estos manuscritos.
Esta interpretación del padre O'Callaghan ha sido recientemente confirmada por el eminente profesor alemán de la Universidad de Oxford Carsten Peter Thiede en la prestigiosa revista in­ternacional Biblica. Thiede dice textualmente: «Conforme a las reglas del trabajo paleográfico y de la crítica textual, resulta cierto que 705 es Marcos 6, 52 ss. » El 705 es el papiro de O'Callag­han. Thiede ha publicado un estudio apoyando al padre O'Callaghan titulado ¿El manuscrito más antiguo de los Evangelios? «Son cada vez más los que aceptan esta identificación», ha dicho el padre Ignacio de la Potterie, S. J., como se ha visto en el Simposio Internacional celebrado del 18 al 20 de octubre de 1991 en Eichstat, donde apoya­ron esta opinion los expertos en papirología Hun­ger, de la Universidad de Viena, y Riesenfeld, de la Universidad de Upsala (Suecia).
El texto 7Q5 ha sido estudiado en ordenador por Ibicus de Liverpool, y se ha demostrado que esa combinación de letras, en la Biblia, sólo se encuentra en Marcos 6, 52 ss., que es el 7Q5.
El paleógrafo inglés Roberts, de la Universi­dad de Oxford, primera autoridad mundial en paleografía griega, antes de que se descifraran estos papiros, estudiando la grafía, afirmó que eran anteriores al año 50 d. J.C., es decir, unos veinte años después de la muerte de Jesús y diez años después que Marcos escribiera su Evangelio. Sin duda es anterior al año 68, en que fueron selladas las cuevas de Qumran, con los papiros dentro, an­tes de huir de las tropas de Vespasiano, que invadieron aquel territorio en el año 68. Se trata, por lo tanto, del manuscrito más cercano a Jesús de todos los conocidos.
«El descifrador de estos documentos ha mani­festado que ya no puede afirmarse que el Evangelio sea una elaboración de la antigua comunidad cristiana, y que tuvo un período más o menos prolongado de difusión oral antes de ser escrito, sino que tenemos ya la comprobación de los hechos a través de fuentes inmediatas.»
Este descubrimiento ha dado al traste con las teorías de Bultmann. La proximidad de este manuscrito al original echa por tierra la hipótesis de Bultmann, según la cual los Evangelios son una creación de la comunidad primitiva que transfiguró «el Jesús de la Historía» en «el Jesús de la fe». Este descubrimiento confirma científicamen­te lo que la Iglesia ha enseñado durante diecinue­ve siglos: la historicidad de los Evangelios.
La ofensiva contra la historicidad de los Evan­gelios comenzó con Friedrich Strauss en 1835. La renovó Ernest Renan en 1863. Modernamente, Rudolf Bultmann afirma que «no podemos saber nada sobre la vida de Jesús, pues los Evangelios son la idealización de una leyenda de generaciones posteriores». Si el 7Q5 es del año 5(l, esta idealización no es posible en contemporáneos.
El célebre teólogo protestante Oscar Cullmann, seguidor un tiempo de Bultmann, recono­ce que se separó de Bultmann por la interpretación que éste hacía de la Biblia. Para Bultmann «el único elemento histórico de los Evangelios que quedaría a salvo es la cruz. El resto, incluida la resurrección, sería un mero símbolo».
Uno de los seguidores de Bultmann ha dicho de este descubrimiento del 705: «Habrá que echar al fuego siete toneladas de erudición germánica. El lapso de tiempo que transcurre entre los acontecimientos y la composición de los Evangelios es tan breve que no permite la forma­ción de un mito contrario a la historia.»
Recientemente, el doctor Carsten Peter Thiede ha publicado en la revista alemana Zeitschrift Für Papyrologie, especializada en papírología, haber descubierto un papiro con un fragmento del capítulo 26 del Evangelio de san Mateo, escrito en el siglo I de nuestra era. Se trata del Magdalen Cr. de Roma 17, por encontrarse en la Biblioteca del Magdalen College de Oxford. Fue donado por el reverendo Charles B. Huleat, antiguo alumno de este colegio, que había sido capellán de la Iglesia Británica de Luxor, en Egipto. Se trata de tres fragmentos de Mateo escritos en el año 70.
Autenticidad textual de los Evangelios, única en la literatura universal
La importancia de este descubrimiento se puede aclarar con algunos datos que lo ilustren.
Sin duda todo el mundo sabe quién es Aristóteles. Aristóteles fue un filósofo griego. Sus libros de filosofía todavía se estudian en nuestros días. Sus reglas de los silogismos siguen siendo hoy la base de todo razonamiento filosófico.
Pues el manuscrito más antiguo que conservamos de Aristóteles es 1400 años posterior a Aristó­teles y, sin embargo, hoy seguimos estudiándolo.
Muchos han oído hablar de Menéndez Pidal, premio March, historiador español de fama inter­nacional. Menéndez Pidal ha escrito una historia de España en grandes tomos.
Menéndez Pidal, una autoridad en historia, cita en su Historia de España a Tácito, y se fía de Tácito, y hace unas afirmaciones basadas en Tácito, a pesar de que el códice más cercano a Tácito que conservamos es 1340 años posterior a Tácito. Otro dato. Mommsen fue un catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Berlín, premio Nobel de Historia. Él decía del historiador griego Polibio que «a él es a quien deben las generaciones posteriores, incluso la nuestra, los me­jores documentos acerca de la marcha de la civilización romana».
Pues Mommsen, premio Nobel, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Berlín, se fía de Polibio, y resulta que el manuscrito más an tiguo que tenemos de Polibio es 1067 años posterior a Polibio.
Recordemos que el espacio de tiempo desde Aristóteles a sus manuscritos más antiguos es de 1400 años; de Tácito a sus manuscritos, 1340 años; de Polibio a sus manuscritos, 1067 años.
Pues de los Evangelios tenemos el papiro Bodmer 11, que se conserva en la Biblioteca de Cologny en Ginebra, que contiene el Evangelio de san Juan íntegro, y es solamente cien años posterior a san Juan!
En 1935 se descubre el papiro Rylands que hoy se conserva en Manchester, que es ¡treinta y cinco años posterior a san Juan! Y el 705 del pa­dre O'Callaghan diez años posterior a Marcos.
Cuando hombres de ciencia como un Menéndez Pidal y un Mommsen se flan de documentos que son en más de mil años posteriores a los auto res de los Evangelios tenemos manuscritos tan sólo unos treinta y cinco años posteriores a su autor. El valor que esto tiene desde el punto de vista científico es incalculable. Por eso Streeter, un crítico inglés, dice que los Evangelios tienen la posición más privilegiada que existe entre todas las obras de la literatura clásica. No hay ningún libro de la literatura clásica que tenga las garantías de histo­ricidad de los Santos Evangelios. De ningún autor clásico tenemos documentos de tanto valor.
Pero hay más.
Vamos a hablar ahora -segundo paso- del estado de conservación.
Las obras completas más antiguas que conser­vamos de todos los autores latinos son posteriores al siglo VIII. De antes del siglo VIII no se conserva ninguna obra completa. Hay fragmentos de Cicerón, de César, de Horacio, de Virgilio, de Ovidio; pero íntegro no hay nada anterior al siglo VIII.
En cambio tenemos 78 códices evangélicos completos entre los siglos IV y VI.
Además, los Evangelios se citaban con tal frecuencia que solamente teniendo en cuenta las citas que existen en las obras de siete escritores de los siglos II al VII -y nos estamos remontando al siglo II-, que son Justino, Ireneo, Clemente, Orí­genes, Tertuliano, Hipólito y Eusebio, tenemos 26487 citas que rehacen el Evangelio entero.
Lo que escribieron los evangelistas es verdad
Dos reflexiones más sobre la veracidad de los Evangelios.
Veamos cómo no sólo lo que escribieron los evangelistas es lo que hemos recibido, sino que lo que escribieron es la verdad.
No hay mayor garantía de veracidad que lo que dice un testigo a otro testigo.
Si un señor escribe hoy la historia de los feni­cios en Cádiz, podría decir alguna inexactitud: no hay supervivientes de los fenicios para que con tradigan lo que hoy queramos decir de ellos. Sería relativamente fácil poner alguna inexactitud en la historia de los fenicios en Cádiz, porque hace mucho tiempo que murieron todos.
Pero si alguien escribe en el diario de Cádiz la crónica del partido del último domingo y cambia el resultado, todo el mundo se dará cuenta.
Los Evangelios fueron escritos por testigos y para testigos.
Los cristianos de aquella generación, cuando leían el Evangelio veían retratado lo que ellos habían visto, lo que ellos habían oído.
Si aquellos Evangelios no dijeran la verdad, habrían sido rechazados como una mentira. Na­die habría querido guardar un libro de historia que desfiguraba la verdad. Los habrían rechaza­do, y no hay ni un solo documento que atestigüe el rechazo.
¿Qué hicieron aquellos testigos que habían co­nocido a Cristo, que habían visto su vida, que ha­bían oído su predicación? ¿Qué hicieron con los Evangelios? Guardaron los Evangelios como oro en paño. Los copiaron a mano -entonces no había imprenta- y los transmitieron de generación en generación con todo cariño, porque allí estaba retratado lo que ellos habían visto. Por eso conservamos este cúmulo de documentos de los Evangelios.
Y las copias se han hecho con tal exactitud que es muy interesante el estudio comparativo de todos los documentos que tenemos de los Evangelios.
Resulta que están tan perfectamente copiados que de mil partes, 999 son exactamente iguales, y sólo cambia el uno por mil. Además, ninguna de esas variaciones son cosas fundamentales. Son equivocaciones al copiar; poner una letra por otra, cambiar el orden de las palabras, etcétera.
En fin, este capítulo pretende que tengamos una gran fe en los Santos Evangelios. Una gran fe, porque nos consta su historicidad.
Por tanto, si hay alguien que no crea en el Evangelio, ése no tiene derecho a creer en nada de la historia de aquel tiempo. No puede creer ni en Alejandro Magno, ni en Ciro, ni en Darío, ni en Artajerjes, ni en nadie.
Y si cree que ha habido un Alejandro Magno, un Escipión y un Aníbal, y cree porque lo dice la historia, habrá que tener en cuenta que muchas más garantías de verdad tienen los Santos Evan­gelios.
Tengamos mucha fe en el Santo Evangelio y creamos a pies juntillas lo que dice, porque quien no cree en los Evangelios no tiene derecho a creer ni en la Anábasis de Jenofonte, ni en la Guerra de las Galias de Julio César, etc. Esos textos no se prueban con la fuerza, con la exactitud y con las garantías que tienen los Evangelios.
Jorge Loring, S. J. “Motivos para creer”.


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